El verano ha llegado (y de qué manera) y algunos centros de salud se enfrentan a una temporada marcada por la escasez de médicos disponibles que afronten jornadas maratonianas y muchos kilómetros para atender a los pacientes que, en época estival se multiplican en las zonas rurales. Muchos son personas mayores, con diversas patologías, y otros tantos, niños, que requieren atención pediátrica.
Todos ellos conforman el grueso de la población veraneante que da vida a nuestros pueblos desde junio hasta septiembre, mientras engrosan la ya desproporcionada lista de pacientes que asumen a los escasos facultativos que quedan; ya sea por baja, vacaciones o, directamente, porque no existen; la consulta está vacía.
En la sanidad rural, el verano se traduce en doblar cupos, cerrar agendas y repartirse pueblos, entre otros malabares, fruto de una ecuación en la que todos los términos son negativos: un escenario de déficit crónico de profesionales al que se suma la falta de relevo generacional, elevados a la falta de sustitutos en verano. Y es que en época estival los pueblos crecen y algunos problemas, también.
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